martes, 20 de noviembre de 2012

Cohesión social - autismo - egoísmo racional


Una de las premisas para la cohesión o inclusión social es que los individuos no sean egoístas, que sean capaces de entender a los otros, de tomarlos en cuenta y de modificar su carácter en función de una relación armónica, eso que se entiende como el bien común que debe aspirar todo individuo que viva en sociedad. 

Sin embargo, si les dijese que un autista puede tener una relación armónica, aunque sea esporádica, en función de ser un egoísta racional quizá les cause perplejidad, porque la idea estereotipada del “egoísmo autista” es muy parecida a la opinión del autor Martín Soria en su libro “El origen del egoísmo” del cual me tome la libertad de sintetizar y transcribir algunos fragmentos:

Una correcta relación interpersonal, define Martín Soria, es aquella donde no se pierda la naturaleza incondicional y no se prefiera la irresponsabilidad egoísta en sus conductas.  Soria analiza como la humanidad ha evolucionado a partir de interesarse en el otro, conocer sus necesidades y generar retribuciones a las mismas. Se pregunta por qué el beneficio común, estando todas las condiciones generadas, no ha sido posible y lo atribuye al aislamiento, ello a la carencia de afecto y eso, según su visión “al autismo y la retracción absoluta”. Cita que las personas ya no se vinculan por lo que son sino por lo que hacen, perdiendo los vínculos y cayendo en el aislamiento. Da cuenta de que lo social va estrechamente ligado a lo laboral, a la actividad y lo que entiendo, desde mi perspectiva, como rango social de pertenencia.

Menciona Soria que la tendencia egoísta sólo puede contrarrestarse con altruismo “el dar para que te den, pero sin espera de respuesta”, de forma incondicional y si llega a ser mutua, entonces, la felicidad se obtiene por la conciliación de dos voluntades en el simplemente dar y que el otro se sienta satisfecho por recibir.

Considera que si se encuentra la causa del egoísmo, entonces podría alcanzarse el bienestar social, la solidaridad permanente y duradera donde todos cuidarían de las necesidades de todos (supongo así una persona no tendría que preocuparse por sus necesidades). Y nos habla de como se va desarrollando el individuo, desde la primera infancia donde crecimiento corporal va conjuntado con acciones imitativas de los mayores para así formar sus “actitudes o conductas reflejas”. Luego la segunda infancia con preguntas acerca del mundo donde se va desarrollando su intelecto (cabe hacer notar que en los autistas está fase se da desde la primera infancia) y para Soria el desarrollo del intelecto va de acuerdo con el reconocimiento de las necesidades y de las retribuciones que corresponden al correcto desarrollo emocional. “El conocimiento verídico desarrolla la razón y la capacidad de análisis y síntesis que emiten juicios de valor” (mire ud. Soria que ese es otro de los aspectos que conforman la esencia autista, ver la realidad y analizarla, no disfrazarla). Al comprender sus emociones un individuo puede dirigir su comportamiento, restringirlo para lograr una meta, ubicándose en el correcto papel correspondiente a la situación de ser quien da (decide, emprende), o quien recibe (acata, obedece) en una relación interpersonal vertical, en otras palabras superior- subordinado donde el de arriba tiene que satisfacer las necesidades del de abajo y éste actuar en consecuencia y crearse relaciones incondicionales (me pregunto ¿cómo puede ser una relación incondicional? si está subordinada a las condiciones de otro; a la capacidad de dar, o la necesidad a cubrir).

La responsabilidad sobre la satisfacción de las necesidades de quien recibe es únicamente de quien otorga, porque éste debe “seducir” al receptor mediante el afecto, la convicción y la motivación. El que vive pensando en los otros, dando para recibir, teme la igualdad porque ahí no existe incondicionalidad en base a necesidades solucionadas (léase favores recibidos).

Curiosamente Soria considera que una persona que “no pueda identificar la naturaleza de los estímulos que activan sus impulsos emocionales; que no desarrolla la capacidad de la Naturaleza de la Normalización Global, y que no tiene sentido del presente histórico y de sus necesidades sociales, difícilmente puede apreciar en su debida profundidad, la realidad absoluta que le rodea”.

Y más adelante establece que percibir lo que nos rodea es establecer criterios en base a nuestros valores: “Nuestro criterio es el que evalúa la existencia, los procesos y las finalidades de las cosas”. (Eso lo hace un autista, aún sin identificar sus impulsos emocionales, sin pensar en los otros como punto de partida para decidir... más adelante explicaré el cómo).

Lo que considera logros, ese resolver necesidades y que ejemplifica como la cuestión de la masificación de la producción y toda la parafernalia para llegar a un consumidor, deja entrever que considera necesidades las materiales, las del cuerpo y no considera una necesidad el intentar resolverlas por su cuenta y que eso genere autoestima y valor. Aunque Soria se da cuenta  en su análisis de que con todo se ha perdido el valor del reconocerse a uno mismo (el “ego”; el “uno mismo” que es la esencia del autismo).

Analicemos ¿qué es el altruismo?: es la resolución de problemas económicos, de necesidades de vida de otros, que resuelve una persona que ya tiene solventadas esas necesidades y puede dar para recibir “estima” y consideración por su labor social.

El autista es una persona autorreferencial, de las que criticaría Soria por no adaptarse al bien común, por no imitar comportamientos ni ser consciente de limitar sus “impulsos” visibles (sus estallidos disruptivos) en favor de la tranquilidad y de seguir siendo invisible, que no de problemas a los otros ni de muestras de su intolerancia; al decirle a los demás lo que considera son errores. Por su falta de tacto y de contención, de adecuar su pensamiento a satisfacer las necesidades de los demás, no de conocimiento, sino de estima, afecto y verticalidad.

Desde niños los autistas son diferentes, se les tilda de egoístas, de estar sólo en su mundo, donde parecería que ni siquiera captan los reforzadores sociales de que esa conducta no es permitida, que es dañina a la verticalidad que se espera... a la adecuación social.

Pero ¿qué es lo que no captan?, ¿por qué son egoístas mientras los otros niños no?, ¿por qué no se les puede hacer que entren al aro, para que no resulten tan inoportunos y extraños, tan “lacras sociales” de adultos?

Podemos explicarlo en términos de como se produce la estandarización a la Normalización Global, donde se adapta la gran mayoría de los individuos y donde los autistas son unos de los pocos, que por ser fieles a lo que dicta la naturaleza para poder sobrevivir, no siguen “innatamente”. Cito un fragmento de un artículo de la Revista “El Poder de la Mente”, Ed. Nueva Lente S.A. Fasc. 9 de Junio de 1985.

“A un niño le enseñan que el egoísmo es un vicio muy feo. Aprecia en los adultos la condena que les merece la palabra. Comprende pronto que el término egoísta se utiliza de un modo insultante. El niño necesita la aprobación de los adultos. La necesita, en primer término, porque necesita aprobarse a sí mismo y la aprobación ajena constituye un punto de referencia imprescindible por el que se guía para saber si sus primeros conceptos, si sus primeros juicios, son o no correctos. El niño reconoce en sí mismo la tendencia natural a buscar su propio interés. En cuanto comprende que esa tendencia se considera condenable, no le queda otra alternativa, fuera de la rebelión abierta que en pocos casos se produce, que empezar a reprimir sus deseos, a desvalorizar su propia capacidad de juicio, a violentar su propia naturaleza luchando por erradicar ese ‘vicio’ del que no puede librarse. Ese vicio le humilla ante sí mismo, pero se entera entonces de que en el mundo de los adultos la humildad es una virtud que también debe luchar por adquirir. El descubrimiento de sus defectos, de sus vicios, de sus imperfecciones le ayuda en la tarea de ser humilde. Mientras más lacras reconozca en sí mismo, más cerca estará de alcanzar esa virtud tan alabada. Si quiere ganar esa aprobación que desea de sus padres, de sus maestros, la primera lucha abierta que se le impone a un niño es la guerra contra su propio yo, contra la valoración de sí mismo, contra su autoestima. Su yo empieza a recibir ataques, abiertos o solapados, de todos los componentes de su mundo, de todos los seres que le importan. En el colegio se alaba la uniformidad, se alaba la conducta del niño que es capaz de sumergirse entre los demás sin causar problemas. El niño más ‘bueno’ es el que no hace preguntas difíciles, el que hace todo lo que le ordenan sin chistar. La mayoría de los niños hacen esfuerzos para pasar por el aro ya que de lo contrario acarrea insultos y castigos. La mayoría va aceptando lentamente el concepto de que su individualidad, su propio yo, es un potro salvaje que debe domar si no quiere ser víctima de la repulsa general. Aprende así a valorar las cosas de acuerdo con los intereses ajenos, ya que los suyos propios no son respetables. Aprende así a desvalorizarse a sí mismo, a perder gradualmente la estima que él mismo se merece, a considerarse cada vez menos estimable, menos deseable, menos digno.

Con esa imagen deformada, se lanza el joven al mundo retorcido donde entrará en competencia con otros adultos que en su día pasaron también por el aro y siguieron exigiendo luego a las generaciones sucesivas los mismos esfuerzos de autodestrucción que a ellos les exigieron para considerarlos personas socialmente aceptables. Deberá competir por ganar todo el dinero que pueda porque el bienestar económico es un ‘valor social’ por el que será juzgado. Pero deberá avergonzarse, al mismo tiempo, de su interés de lucro porque toda la sociedad lo condena. Deberá competir por el derecho a ser considerado un ciudadano respetable con la observancia de las virtudes sociales. Pero deberá, al mismo tiempo, perderse el respeto a sí mismo valorando sus defectos para adquirir la apreciada humildad. Deberá utilizar su razón para producir tanto como pueda para el bien común. Pero deberá al mismo tiempo violentarla para aceptar todas las irracionalidades que esclavizan a la mayoría”.

El autista nace con un cerebro que le permite no olvidar jamás la conciencia de si mismo, de lo que constituye su propio interés; nace también con la posibilidad de no captar las necesidades ajenas (salvo que sean vitales) secundarias para dejarlos que, como él, hagan su vida de forma independiente; nace con la capacidad de no precisar aprobación ajena sobre su juicio, sobre lo que razona; pero también nace con la curiosidad y la capacidad de análisis de captar nuevos conocimientos para aprender más a nivel intelectual del mundo en el que vive.

Lo que hace un autista cuando se da cuenta de que no es racional depender de otros para vivir, que tiene que ser autosuficiente, porque no considera lógico que alguien que no lo conoce y no lo comprende intente resolver “sus necesidades” y le pida “soslayadamente” en base a un porque todo el mundo lo hace que sepa corresponder a esa generosidad. Entonces el autista desarrolla lo que Ayn Rand ha denominado egoísmo racional que son las relaciones horizontales equilibradas, donde la voluntad de ambas partes está equilibrada y acuerdan mutuamente recibir algo de valor por lo que intercambian, no son altruistas ni verticales, son dos iguales que pueden ofrecer algo sin temor de establecer una deuda.

Para clarificar esté concepto, citando a Ayn Rand:

“...(la visión tradicional del egoísmo) es la descripción de ‘Atila’: supone que uno juzga su interés propio de acuerdo al más estrecho rango del momento inmediato, sin ningún contexto, sin ninguna preocupación por el pasado o el futuro, sin tener en cuenta normas, principios, medios o fines, sin ninguna razón por las elecciones, acciones o decisiones de uno; supone que un capricho es el único estándar de valor y el criterio del interés propio, y que un ‘egoísta’ es aquél que actúa en base a sus caprichos. Esa es la premisa que estoy desafiando.”

“Un hombre racional tiene que reconocer que la razón no permite creencias o valores arbitrarios o subjetivos, y que el valor que él le atribuye a su propia vida y su derecho objetivo a ese valor están basados en la naturaleza de la vida en general y de la vida humana en particular; por lo tanto, si valora su propia vida, él ha de reconocer el derecho de todos los seres humanos a valorar sus propias vidas de la misma manera, por las mismas razones y en los mismos términos. Si él considera que mantener su propia vida por su propio esfuerzo y lograr su propia felicidad es su objetivo principal, entonces tiene que concederles el mismo derecho a los demás; si no se lo concede, entonces es culpable de una contradicción y no puede exigir ninguna validez racional para su propio derecho. Si él reconoce que vivir entre otros hombres (en una sociedad libre) es en su interés propio, no puede ser ciegamente indiferente a otros hombres, o ‘negarse a levantar un dedo para salvar una vida humana.’ Su autoestima y su interés propio son la raíz de su benevolencia hacia los demás. (Pero si los hombres le esclavizan para servir las necesidades de una sociedad colectivista, entonces esa raíz desaparecería y es cuando sentiría indiferencia, odio o desprecio por los demás.) Al perseguir su propio interés racional, no establece sus valores y sus metas por antojo o por lo que se le ocurre en cada momento; por tanto, sabe que no es en su interés propio – y que tampoco es moral ni práctico – robar, engañar, defraudar o asesinar a otros; y sabe también que no debe buscar lo inmerecido, es decir: tratar de obtener un valor producido por otros, o que pertenece a otros, sin tener su consentimiento voluntario y sin ofrecerles un valor a cambio. Si alega su derecho a la independencia, no puede vivir como un parásito del trabajo productivo de los demás (el comercio no es dependencia; la caridad y el robo sí lo son). Él elige y persigue sólo aquellos objetivos que puede conseguir con su propio esfuerzo; no necesita a otros ni depende de ellos en ningún aspecto fundamental de su vida. Y, sobre todo, mantiene la soberanía independiente de su propio juicio como su única guía.

Ese egoísmo autista es marcarle a la sociedad que puede vivir en un colectivo, pero puede no ser dependiente de nadie más, puede colaborar si la otra persona corresponde en justa medida; en base de acuerdos, reales y próximos, sobre los beneficios mutuos. Donde si no obtiene nada para si o no puede darle nada al otro, entonces, vivirá en su mundo y su burbuja, esperando que los otros tengan la “amabilidad” de que como no interfiere en sus vidas, ellos no interfieran en la de él. Donde no exista el argumento de la verticalidad como beneficio... porque podrían recibir una respuesta en el mismo tenor a la que mencionó Mafalda al responder a un requerimiento materno (¡obedéceme, porque soy tu madre!): ¡Y yo soy tu hija, y nos graduamos el mismo día! Es decir, no reconocerles ninguna autoridad sobre la propia vida.

Referencias:
http://es.scribd.com/doc/85778837/El-origen-del-egoismo
http://objetivismo.org/egoismo-tradicional-por-ayn-rand/

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