Una de las
premisas para la cohesión o inclusión social es que los individuos no sean
egoístas, que sean capaces de entender a los otros, de tomarlos en cuenta y de
modificar su carácter en función de una relación armónica, eso que se entiende como
el bien común que debe aspirar todo individuo que viva en sociedad.
Sin
embargo, si les dijese que un autista puede tener una relación armónica, aunque
sea esporádica, en función de ser un egoísta racional quizá les cause
perplejidad, porque la idea estereotipada del “egoísmo autista” es muy parecida
a la opinión del autor Martín Soria en su libro “El origen del egoísmo” del
cual me tome la libertad de sintetizar y transcribir algunos fragmentos:
Una
correcta relación interpersonal, define Martín Soria, es aquella donde no se
pierda la naturaleza incondicional y no se prefiera la irresponsabilidad
egoísta en sus conductas. Soria analiza
como la humanidad ha evolucionado a partir de interesarse en el otro, conocer
sus necesidades y generar retribuciones a las mismas. Se pregunta por qué el
beneficio común, estando todas las condiciones generadas, no ha sido posible y
lo atribuye al aislamiento, ello a la carencia de afecto y eso, según su visión
“al autismo y la retracción absoluta”. Cita que las personas ya no se vinculan
por lo que son sino por lo que hacen, perdiendo los vínculos y cayendo en el
aislamiento. Da cuenta de que lo social va estrechamente ligado a lo laboral, a
la actividad y lo que entiendo, desde mi perspectiva, como rango social de
pertenencia.
Menciona Soria
que la tendencia egoísta sólo puede contrarrestarse con altruismo “el dar para
que te den, pero sin espera de respuesta”, de forma incondicional y si llega a
ser mutua, entonces, la felicidad se obtiene por la conciliación de dos
voluntades en el simplemente dar y que el otro se sienta satisfecho por recibir.
Considera
que si se encuentra la causa del egoísmo, entonces podría alcanzarse el
bienestar social, la solidaridad permanente y duradera donde todos cuidarían de
las necesidades de todos (supongo así una
persona no tendría que preocuparse por sus necesidades). Y nos habla de como
se va desarrollando el individuo, desde la primera infancia donde crecimiento
corporal va conjuntado con acciones imitativas de los mayores para así formar
sus “actitudes o conductas reflejas”. Luego la segunda infancia con preguntas
acerca del mundo donde se va desarrollando su intelecto (cabe hacer notar que en los autistas está fase se da desde la primera
infancia) y para Soria el desarrollo del intelecto va de acuerdo con el
reconocimiento de las necesidades y de las retribuciones que corresponden al
correcto desarrollo emocional. “El conocimiento verídico desarrolla la razón y
la capacidad de análisis y síntesis que emiten juicios de valor” (mire ud. Soria que ese es otro de los
aspectos que conforman la esencia autista, ver la realidad y analizarla, no
disfrazarla). Al comprender sus emociones un individuo puede dirigir su
comportamiento, restringirlo para lograr una meta, ubicándose en el correcto
papel correspondiente a la situación de ser quien da (decide, emprende), o
quien recibe (acata, obedece) en una relación interpersonal vertical, en otras
palabras superior- subordinado donde el de arriba tiene que satisfacer las
necesidades del de abajo y éste actuar en consecuencia y crearse relaciones
incondicionales (me pregunto ¿cómo puede
ser una relación incondicional? si está subordinada a las condiciones de otro;
a la capacidad de dar, o la necesidad a
cubrir).
La
responsabilidad sobre la satisfacción de las necesidades de quien recibe es
únicamente de quien otorga, porque éste debe “seducir” al receptor mediante el
afecto, la convicción y la motivación. El que vive pensando en los otros, dando
para recibir, teme la igualdad porque ahí no existe incondicionalidad en base a
necesidades solucionadas (léase favores
recibidos).
Curiosamente
Soria considera que una persona que “no pueda identificar la naturaleza de los estímulos
que activan sus impulsos emocionales; que no desarrolla la capacidad de la
Naturaleza de la Normalización Global, y que no tiene sentido del presente
histórico y de sus necesidades sociales, difícilmente puede apreciar en su
debida profundidad, la realidad absoluta que le rodea”.
Y más
adelante establece que percibir lo que nos rodea es establecer criterios en
base a nuestros valores: “Nuestro criterio es el que evalúa la existencia, los
procesos y las finalidades de las cosas”. (Eso
lo hace un autista, aún sin identificar sus impulsos emocionales, sin pensar en
los otros como punto de partida para decidir... más adelante explicaré el cómo).
Lo que
considera logros, ese resolver necesidades y que ejemplifica como la cuestión
de la masificación de la producción y toda la parafernalia para llegar a un
consumidor, deja entrever que considera necesidades las materiales, las del
cuerpo y no considera una necesidad el intentar resolverlas por su cuenta y que
eso genere autoestima y valor. Aunque Soria se da cuenta en su análisis de que con todo se ha perdido
el valor del reconocerse a uno mismo (el “ego”;
el “uno mismo” que es la esencia del autismo).
Analicemos ¿qué
es el altruismo?: es la resolución de problemas económicos, de necesidades de
vida de otros, que resuelve una persona que ya tiene solventadas esas
necesidades y puede dar para recibir “estima” y consideración por su labor
social.
El autista
es una persona autorreferencial, de las que criticaría Soria por no adaptarse
al bien común, por no imitar comportamientos ni ser consciente de limitar sus
“impulsos” visibles (sus estallidos disruptivos) en favor de la tranquilidad y
de seguir siendo invisible, que no de problemas a los otros ni de muestras de
su intolerancia; al decirle a los demás lo que considera son errores. Por su
falta de tacto y de contención, de adecuar su pensamiento a satisfacer las necesidades
de los demás, no de conocimiento, sino de estima, afecto y verticalidad.
Desde niños
los autistas son diferentes, se les tilda de egoístas, de estar sólo en su
mundo, donde parecería que ni siquiera captan los reforzadores sociales de que
esa conducta no es permitida, que es dañina a la verticalidad que se espera...
a la adecuación social.
Pero ¿qué
es lo que no captan?, ¿por qué son egoístas mientras los otros niños no?, ¿por
qué no se les puede hacer que entren al aro, para que no resulten tan
inoportunos y extraños, tan “lacras sociales” de adultos?
Podemos
explicarlo en términos de como se produce la estandarización a la Normalización
Global, donde se adapta la gran mayoría de los individuos y donde los autistas
son unos de los pocos, que por ser fieles a lo que dicta la naturaleza para
poder sobrevivir, no siguen “innatamente”. Cito un fragmento de un artículo de
la Revista “El Poder de la Mente”, Ed. Nueva Lente S.A. Fasc. 9 de Junio de
1985.
“A un niño
le enseñan que el egoísmo es un vicio muy feo. Aprecia en los adultos la
condena que les merece la palabra. Comprende pronto que el término egoísta se
utiliza de un modo insultante. El niño necesita la aprobación de los adultos.
La necesita, en primer término, porque necesita aprobarse a sí mismo y la
aprobación ajena constituye un punto de referencia imprescindible por el que se
guía para saber si sus primeros conceptos, si sus primeros juicios, son o no
correctos. El niño reconoce en sí mismo la tendencia natural a buscar su propio
interés. En cuanto comprende que esa tendencia se considera condenable, no le
queda otra alternativa, fuera de la rebelión abierta que en pocos casos se
produce, que empezar a reprimir sus deseos, a desvalorizar su propia capacidad
de juicio, a violentar su propia naturaleza luchando por erradicar ese ‘vicio’
del que no puede librarse. Ese vicio le humilla ante sí mismo, pero se entera
entonces de que en el mundo de los adultos la humildad es una virtud que también debe luchar por adquirir. El
descubrimiento de sus defectos, de sus vicios, de sus imperfecciones le ayuda
en la tarea de ser humilde. Mientras más lacras reconozca en sí mismo, más
cerca estará de alcanzar esa virtud tan alabada. Si quiere ganar esa aprobación
que desea de sus padres, de sus maestros, la primera lucha abierta que se le
impone a un niño es la guerra contra su propio yo, contra la valoración de sí
mismo, contra su autoestima. Su yo empieza a recibir ataques, abiertos o
solapados, de todos los componentes de su mundo, de todos los seres que le
importan. En el colegio se alaba la uniformidad, se alaba la conducta del niño
que es capaz de sumergirse entre los demás sin causar problemas. El niño más ‘bueno’
es el que no hace preguntas difíciles, el que hace todo lo que le ordenan sin
chistar. La mayoría de los niños hacen esfuerzos para pasar por el aro ya que
de lo contrario acarrea insultos y castigos. La mayoría va aceptando lentamente
el concepto de que su individualidad, su propio yo, es un potro salvaje que
debe domar si no quiere ser víctima de la repulsa general. Aprende así a
valorar las cosas de acuerdo con los intereses ajenos, ya que los suyos propios
no son respetables. Aprende así a desvalorizarse a sí mismo, a perder
gradualmente la estima que él mismo se merece, a considerarse cada vez menos
estimable, menos deseable, menos digno.
Con esa
imagen deformada, se lanza el joven al mundo retorcido donde entrará en
competencia con otros adultos que en su día pasaron también por el aro y siguieron
exigiendo luego a las generaciones sucesivas los mismos esfuerzos de autodestrucción
que a ellos les exigieron para considerarlos personas socialmente aceptables.
Deberá competir por ganar todo el dinero que pueda porque el bienestar
económico es un ‘valor social’ por el que será juzgado. Pero deberá
avergonzarse, al mismo tiempo, de su interés de lucro porque toda la sociedad
lo condena. Deberá competir por el derecho a ser considerado un ciudadano
respetable con la observancia de las virtudes sociales. Pero deberá, al mismo
tiempo, perderse el respeto a sí mismo valorando sus defectos para adquirir la
apreciada humildad. Deberá utilizar su razón para producir tanto como pueda
para el bien común. Pero deberá al mismo tiempo violentarla para aceptar todas
las irracionalidades que esclavizan a la mayoría”.
El autista
nace con un cerebro que le permite no olvidar jamás la conciencia de si mismo,
de lo que constituye su propio interés; nace también con la posibilidad de no
captar las necesidades ajenas (salvo que sean vitales) secundarias para
dejarlos que, como él, hagan su vida de forma independiente; nace con la
capacidad de no precisar aprobación ajena sobre su juicio, sobre lo que razona;
pero también nace con la curiosidad y la capacidad de análisis de captar nuevos
conocimientos para aprender más a nivel intelectual del mundo en el que vive.
Lo que hace
un autista cuando se da cuenta de que no es racional depender de otros para
vivir, que tiene que ser autosuficiente, porque no considera lógico que alguien
que no lo conoce y no lo comprende intente resolver “sus necesidades” y le pida
“soslayadamente” en base a un porque todo el mundo lo hace que sepa
corresponder a esa generosidad. Entonces el autista desarrolla lo que Ayn Rand
ha denominado egoísmo racional que son las relaciones horizontales
equilibradas, donde la voluntad de ambas partes está equilibrada y acuerdan
mutuamente recibir algo de valor por lo que intercambian, no son altruistas ni
verticales, son dos iguales que pueden ofrecer algo sin temor de establecer una
deuda.
Para clarificar esté concepto, citando a Ayn Rand:
“...(la visión tradicional del egoísmo) es la descripción
de ‘Atila’: supone que uno juzga su interés propio de acuerdo al más estrecho
rango del momento inmediato, sin ningún contexto, sin ninguna preocupación por
el pasado o el futuro, sin tener en cuenta normas, principios, medios o fines,
sin ninguna razón por las elecciones, acciones o
decisiones de uno; supone que un capricho es el único estándar de valor y el criterio
del interés propio, y que un ‘egoísta’ es aquél que actúa en base a
sus caprichos. Esa es la premisa que estoy desafiando.”
“Un hombre racional tiene que reconocer que la razón no permite creencias o valores arbitrarios o subjetivos, y que el valor que él le atribuye a su propia vida y su derecho objetivo a ese valor están basados en la naturaleza de la vida en general y de la vida humana en particular; por lo tanto, si valora su propia vida, él ha de reconocer el derecho de todos los seres humanos a valorar sus propias vidas de la misma manera, por las mismas razones y en los mismos términos. Si él considera que mantener su propia vida por su propio esfuerzo y lograr su propia felicidad es su objetivo principal, entonces tiene que concederles el mismo derecho a los demás; si no se lo concede, entonces es culpable de una contradicción y no puede exigir ninguna validez racional para su propio derecho. Si él reconoce que vivir entre otros hombres (en una sociedad libre) es en su interés propio, no puede ser ciegamente indiferente a otros hombres, o ‘negarse a levantar un dedo para salvar una vida humana.’ Su autoestima y su interés propio son la raíz de su benevolencia hacia los demás. (Pero si los hombres le esclavizan para servir las necesidades de una sociedad colectivista, entonces esa raíz desaparecería y es cuando sentiría indiferencia, odio o desprecio por los demás.) Al perseguir su propio interés racional, no establece sus valores y sus metas por antojo o por lo que se le ocurre en cada momento; por tanto, sabe que no es en su interés propio – y que tampoco es moral ni práctico – robar, engañar, defraudar o asesinar a otros; y sabe también que no debe buscar lo inmerecido, es decir: tratar de obtener un valor producido por otros, o que pertenece a otros, sin tener su consentimiento voluntario y sin ofrecerles un valor a cambio. Si alega su derecho a la independencia, no puede vivir como un parásito del trabajo productivo de los demás (el comercio no es dependencia; la caridad y el robo sí lo son). Él elige y persigue sólo aquellos objetivos que puede conseguir con su propio esfuerzo; no necesita a otros ni depende de ellos en ningún aspecto fundamental de su vida. Y, sobre todo, mantiene la soberanía independiente de su propio juicio como su única guía.”
“Un hombre racional tiene que reconocer que la razón no permite creencias o valores arbitrarios o subjetivos, y que el valor que él le atribuye a su propia vida y su derecho objetivo a ese valor están basados en la naturaleza de la vida en general y de la vida humana en particular; por lo tanto, si valora su propia vida, él ha de reconocer el derecho de todos los seres humanos a valorar sus propias vidas de la misma manera, por las mismas razones y en los mismos términos. Si él considera que mantener su propia vida por su propio esfuerzo y lograr su propia felicidad es su objetivo principal, entonces tiene que concederles el mismo derecho a los demás; si no se lo concede, entonces es culpable de una contradicción y no puede exigir ninguna validez racional para su propio derecho. Si él reconoce que vivir entre otros hombres (en una sociedad libre) es en su interés propio, no puede ser ciegamente indiferente a otros hombres, o ‘negarse a levantar un dedo para salvar una vida humana.’ Su autoestima y su interés propio son la raíz de su benevolencia hacia los demás. (Pero si los hombres le esclavizan para servir las necesidades de una sociedad colectivista, entonces esa raíz desaparecería y es cuando sentiría indiferencia, odio o desprecio por los demás.) Al perseguir su propio interés racional, no establece sus valores y sus metas por antojo o por lo que se le ocurre en cada momento; por tanto, sabe que no es en su interés propio – y que tampoco es moral ni práctico – robar, engañar, defraudar o asesinar a otros; y sabe también que no debe buscar lo inmerecido, es decir: tratar de obtener un valor producido por otros, o que pertenece a otros, sin tener su consentimiento voluntario y sin ofrecerles un valor a cambio. Si alega su derecho a la independencia, no puede vivir como un parásito del trabajo productivo de los demás (el comercio no es dependencia; la caridad y el robo sí lo son). Él elige y persigue sólo aquellos objetivos que puede conseguir con su propio esfuerzo; no necesita a otros ni depende de ellos en ningún aspecto fundamental de su vida. Y, sobre todo, mantiene la soberanía independiente de su propio juicio como su única guía.”
Ese egoísmo
autista es marcarle a la sociedad que puede vivir en un colectivo, pero puede
no ser dependiente de nadie más, puede colaborar si la otra persona corresponde
en justa medida; en base de acuerdos, reales y próximos, sobre los beneficios
mutuos. Donde si no obtiene nada para si o no puede darle nada al otro,
entonces, vivirá en su mundo y su burbuja, esperando que los otros tengan la “amabilidad”
de que como no interfiere en sus vidas, ellos no interfieran en la de él. Donde
no exista el argumento de la verticalidad como beneficio... porque podrían
recibir una respuesta en el mismo tenor a la que mencionó Mafalda al responder
a un requerimiento materno (¡obedéceme, porque soy tu madre!): ¡Y yo soy tu
hija, y nos graduamos el mismo día! Es decir, no reconocerles ninguna autoridad
sobre la propia vida.
Referencias:
http://es.scribd.com/doc/85778837/El-origen-del-egoismo
http://objetivismo.org/egoismo-tradicional-por-ayn-rand/
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