jueves, 7 de noviembre de 2013

La visceralidad como obstáculo para la buena comunicación

En este gusto por escribir, por sacar al exterior lo que sucede en la mente, esa mezcla de todo lo que se observa y de todo lo que uno recuerda acontece la reacción del lector. A veces grata y reconfortante, en otras hostil y desafiante.

Tiene algo de interesante la segunda cuando manifiestan que uno puede errar, aún cuando visceralmente pueda ser difícil de soportar sobre todo cuando la forma es agresiva. El ego surge como esa sensación de freno intestinal que promueve la reacción animal de defenderse cuando uno no pensó en qué pasaría con lo que escribía y obtiene una respuesta inesperada en contraposición. Esa sorpresa puede ser positiva porque aquello que nos intranquiliza nos puede poner a pensar, en vez de reaccionar simplemente ante el malestar.

Lo positivo es razonar y hacer algo productivo con la oposición, tratando de resolver los conflictos que surjan de la interpretación a través del debate; dando la razón cuando se percibe o confrontando con argumentos lógicos si parece una provocación porque no se da cuenta uno de la equivocación.

Si bien es diferente intranquilizarse por un error cometido que ser agredido, a lo cual es natural poner un límite. Leyendo una novela una frase vino a mi mente: “en las cuestiones de razón la violencia no es la solución”. Recordando el porqué se dice que en un libro están todas las respuestas de la vida al encontrar una parte donde narra como las personas, aún con diferencias, pueden relacionarse comprendiendo las razones del otro y como ante diferencias de opinión, conceptos o formas de resolución, incitar a la división no resuelve nada. Para compartir el mismo referente que me llevó a la frase transcribo algunos fragmentos de “Vivir para contarla” de Gabriel García Márquez:

“El grupo se había formado de un modo espontáneo, casi por la fuerza de la gravedad, en virtud de una afinidad indestructible pero difícil de entender a primera vista. Muchas veces nos preguntaron cómo siendo tan distintos estábamos siempre de acuerdo, y teníamos que improvisar cualquier respuesta para no contestar la verdad: no siempre lo estábamos pero entendíamos las razones.”

“Nuestras pocas discrepancias serias las discutíamos sólo entre nosotros, y a veces alcanzaban temperaturas peligrosas que sin embargo se olvidaban tan pronto como nos levantábamos de la mesa, o si llegaba algún amigo ajeno. La lección menos olvidable la aprendí para siempre en el bar Los Almendros, una noche de recién llegado en que Álvaro y yo nos enmarañamos en una discusión sobre Faulkner. Los únicos testigos en la mesa eran Germán y Alfonso, y se mantuvieron al margen en un silencio de mármol que llegó a extremos insoportables. No recuerdo en qué momento, pasado de rabia y de aguardiente bruto, desafié a Álvaro a que resolviéramos la discusión a trompadas. Ambos iniciamos el impulso para levantarnos de la mesa y echarnos al medio de la calle, cuando la voz impasible de Germán Vargas nos frenó en seco con una lección para siempre:
-- El que se levante primero ya perdió.”


Reflexión de lo visceral

La parte visceral ante el error suele ganar a la mente, si los argumentos que se comunican parten de las sensaciones no tendrán sentido más que la misma reacción defensiva de la otra parte. Tratar indirectamente un asunto esperando que la otra parte reaccione favorablemente al ser sólo agresivos y vociferar que el otro daña no lleva a éste a entender el porqué, de dónde surgió la acusación; tan sólo comprenderá que el otro está molesto y quiere doblegarlo. 

En un estado de enemistad ni siquiera funciona la intervención de un tercero que tome el papel de neutral, que los otros por estar a la defensiva y en polos opuestos no quieran tomar, porque es factible que el que interviene acabe inserto en la discusión que se originó en un concepto y derivó en tintes personales. Enfocarse en una discusión emocional con un aire racional sólo puede derivar en malosentendidos.

Algo que cuesta aceptar es como las personas no pueden aplicar ser neutrales para debatir conceptos y no discutir por personalidades o reacciones. ¿Por qué no pueden vencerse a si mismos, dejarse de lado y enfocarse en la idea? ¿Por qué consideran que no acordar con una idea o forma de realización es similar a ser atacados físicamente? ¿Por qué prefieren dialogar sólo con quien tiene su mismo punto de vista y sacar la conclusión que nunca estuvieron equivocados en vez de tratar directamente con quien están en desacuerdo y que saben les va a responder desde otro ángulo?

Un debate, bien realizado, desde diferentes puntos de vista es sumamente enriquecedor porque ayuda a que las personas amplíen sus conocimientos, se cuestionen, duden de lo que recuerdan, traten de investigar si les faltan elementos para poder argumentar no con sensaciones y cólera sino con lógica. Incluso el que puedan llegar a marcar que su molestia surgió por observar un argumento incoherente y poder señalarlo puntualmente. Debatir no es agredir al otro insultándole por ignorante, o apelar sobre las intenciones que tuvo. Debatir es decir "tengo este conocimiento y no concuerda con el tuyo".

Parece más lógico que si se quiere llegar a algo concreto cada persona evalúe las razones del otro, preferiblemente las que comunica de forma directa. Si se llegan a deducir indirectamente no podría el observador realizar una afirmación categórica, en términos comunes el: “tu razón es la que digo yo” porque la mente humana tiene a interpretar y fundamentalmente dirigir la atención hacia lo que está pensando, dando lugar a una alta probabilidad de cometer un error. 

Si no concuerda la deducción con la comunicación directa tampoco es motivo de reacción ya que está establecida la premisa de que al surgir una confrontación es porque no piensan igual y sólo quedaría comunicar las bases que tuvieron para llegar a la idea, con el fin de establecer si llegan a conclusiones de forma radicalmente diferente.

Con información clara de ambas partes tratar de percibir si son, simplemente, formas diferentes de solución pero con un mismo resultado final. Si la reacción de molestia es porque se percibe un riesgo de equívoco y que ello derive en complicaciones puede razonarse cuáles serían y así al transmitir al otro la observación podría motivar a que reflexione o bien llevar que ambos analicen específicamente el error desde sus diferentes perspectivas. Puede que lleguen o no a una solución conjunta pero en dado caso estarán más claras las posiciones y cada quien puede, en ese punto que no comparten tomar el rumbo que consideran más adecuado que sea racional y responsabilizándose de resolver las consecuencias futuras.