martes, 1 de abril de 2014

El dolor de la responsabilidad

La muerte de un ser a quien elegimos como compañía y cuya voluntad se presto es dolorosa, pero mucho más cuando existe esa sensación de que por irresponsabilidad uno contribuyo a ella. 

Duele mucho más saber que las acciones de uno influyeron directamente en que no hubiera tenido una muerte linda.

El dolor va de la mano con el remordimiento de saber que uno pudo decidir distinto y que por ello era más probable que el resultado también hubiera sido distinto.

Quizá estamos muy influenciados en relacionar una buena muerte con que no ocurra ningún evento que altere lo que debería ser una transición tranquila, culturalmente se nos dice que lo mejor sería que uno no se diera cuenta, que estuviera durmiendo y luego no despertara más. Cuando ocurre así se sabe que nada intervino, que sólo el cuerpo fallo y el ser dejó de existir.

Leyla, la doberman tuvo una muerte así, dejó de existir bajo la sombra de un árbol. Y la sensación fue de sorpresa pero de aceptación porque cumplió su ciclo natural.

Pero cuando se sabe que hay otros factores involucrados la sensación es que el ser podría haber vivido mucho más, que no era su tiempo.

La muerte de quien fue mi compañero durante casi una década fue una serie de sensaciones, la primera fue de aceptación y sentir sólo el leve remordimiento de que si hubiera insistido más o hubiera pasado por sobre sus decisiones aún cuando se hubiera enfadado conmigo estaría vivo. Pero en su caso encontré lógica en todo lo que él eligió hacer... estar solo y probar su cuerpo hasta que le resistiera mientras esperaba que la burocracia del sistema de salud se decidiera a realizarle la operación. Para mi tuvo una muerte digna, porque ante la visión de la ineptitud ajena el quería vivir pero sin apoyo. La imagen que tengo de sus últimos minutos fue de paz y de alegría por haber logrado hacer lo que él quería no estar encerrado, conectado sino caminar por sus propios pies, comprarse una fruta grande y jugosa pues no le daban eso en el hospital y disfrutar un último cigarrillo. Ahí luego del esfuerzo de descender por unos escalones que quitaban la respiración a cualquiera por ser demasiado altos caminando en la calle su corazón dejo de latir.

Ahora me enfrento a la pérdida de otro ser, un perrito que me acompaño por casi once años y que como mascota estuvo influido por mis decisiones sobre su destino. Y esta muerte me duele mucho más por que era yo quien tomaba atribuciones sobre sus acciones, limitandole o dejandole en libertad. Acostumbrandole a mi presencia como consuelo y protección, como su vínculo y quien le procuraba con una rutina sus medios de sobrevivir. Es decir asumí la responsabilidad de pensar por él sobre su existencia y el hecho de que haya acontecido porque un día lluvioso no quise pensar en los perros que cuido. Quise ser libre un día de mi responsabilidad de alimentarlos y controlar su libertad pensando que no tendría nada mal un día de ayuno y que tampoco había problema que él no saliera de la cucha siendo que tenía mucho espacio para caminar y tierra y plantas para hacer sus necesidades.

Si bien mi primer pensamiento al ver su cuerpo sin vida fue de era viejito cumplió su ciclo, luego al tener la visión de cómo pudo haber sido vino el remordimiento y el dolor. Porque el no dejarle en manada con los otros y ser cuidadosa de que no tuviera oportunidad de escaparse era para evitar conflictos entre ellos y lastimaduras. Sé que los otros perros no fueron salvajes ni que sus mordidas fueran la causal, ellos sólo siguieron su instinto territorial y querían controlarlo.porque no lo sentían como de la manada y él tampoco los sentía como iguales.

Hablando con varias amigas especulábamos de que quizá ya el corazón no le funcionaba tan bien luego de haberse tirado desde el primer piso en una ocasión, y luego que si había peleado y estando todo mojado por la tormenta le hubiera dado un espasmo al estar luchando que le dejó sin vida.


Como si fuera una película puedo imaginarme lo que hizo al ver que yo no iba. A la noche luego de la tormenta, extrañado por la falta de cumplimiento de la rutina y con hambre se puso a saltar sobre la puerta de chapa, hasta que logro soltar las trabas y luego salir como todos los días.


Con Leonky no me queda el consuelo de que él decidió y que sabía a que se enfrentaría, sé que tuvo que defenderse y que ese esfuerzo le costo la vida y sé que pude habérselo evitado. Y eso me lleva a reflexionar como pensar que ayudamos a otros es impedirles luchar y ganar su lugar; y los pensamientos de que quizá de haberles dejado que se arreglaran antes ellos en vez de intervenir limitandoles... en fin elucubraciones de posibilidades que no serán.

Tratando de consolarme a mi misma recuerdo que tampoco es una mala muerte partir del mundo así. Los aztecas decían que sólo la muerte luchando era lo digno para un guerrero. No todas las muertes son tranquilas, y ello no implica que sean malas, sólo que nos dan a los que quedamos más remordimientos. Tomando como base la reflexión de una amiga sobre que ni siquiera el nacer es tranquilo; nacemos con dolor y con molestias, ¿por qué aspiramos que la muerte debería ser pasiva e incógnita? 


Eso no va a quitarme los remordimientos pero si el sentir tristeza por que no haya muerto de viejito cuando todo en su cuerpo fallara.